> Miguel Garví, escritor: agosto 2014

jueves, 28 de agosto de 2014

NUEVA COLABORACION



 




28 agosto 2014









 


 


 


 


 

2Inicio > Ciudadano Activo > Yo fui la última


Miguel Garvi Sánchez

Otromundoesposible

28 de agosto de 2014

 


Miguel Garvi Sánchez

Otromundoesposible

28 de agosto de 2014

Yo fui la última

Un grito rasgó la noche que hacía rato había caído sobre este barrio donde nunca ocurría nada, ni malo, ni bueno.

 De repente me vi sola en medio de la calle, llena de farolas y luz en casi todas las ventanas. Maldije la hora en que no quise que nadie me acompañase a casa. Hasta me enfadé con alguno de ellos ante su insistencia. ¿Por qué me iba a pasar a mí?

Dudé, no sabía qué hacer, pero tenía que hacer algo ya. Instintivamente comencé a correr, pero no lo suficiente. ¡Malditos zapatos de tacón! Sin pensarlo y con un gesto brusco de las piernas los arrojé sobre la acera. Ahora corría más de prisa. Pronto las medias se rompieron y notaba como me quemaban las plantas de los pies con el asfalto. Nada de esto tendría importancia si conseguía salir de aquella calle interminable. Corría más, más de prisa, el bolso también me estorbaba y lo dejé caer en el suelo. Nunca me había gustado el deporte y jamás lo había practicado, ahora hubiese sido una buena solución. El costado comenzaba a dolerme y los pulmones no insuflaban suficiente oxígeno a la sangre. No podía más, en cualquier momento me alcanzaría.

Tenía que luchar, no podía ni debía consentirlo. Grité de angustia, de pánico, intentando llamar la atención de alguien que me socorriese. Nadie se asomó a ninguna ventana. Ya mis piernas no respondían. Comenzaban a acalambrarse y mis oídos percibieron su presencia a escasos metros. Un segundo después mi cuerpo chocaba contra el duro asfalto y resbalaba sobre él. Noté el escozor de la quemazón sobre mis muslos y mis pechos, la ropa había quedado pegada al asfalto hecha girones. Sin darme tiempo a reaccionar un enorme peso cayó sobre mi cuerpo. Conseguí girarme en el mismo instante que tenía su cara frente a la mía. Una cara abotagada y unos ojos llenos de ira. El brazo alzado y con su mano empuñando aquel cuchillo de cocina que yo le regalé cuando quiso aprender a cocinar. ¿Por qué me haces esto? -Ya te dije que serías mía o de nadie más-.

Con fuerza descargo el cuchillo sobre mi pecho. Un intenso dolor frio desgarró mis entrañas, al tiempo que un sabor dulzón llenó mi boca de sangre. Intenté quitármelo de encima, pero ya con las pocas fuerzas que tenía, lo único que conseguí fue que se clavara más hondo el cuchillo e hiciese más grande la herida. Mis ojos se fueron cubriendo de nubes y la oscuridad se fue apoderando de la calle. Al final una diminuta luz blanca se distinguía sobre el oscuro e inmenso cielo.

¡Ojalá yo sea la última! Fueron mis postreras palabras.