> Miguel Garví, escritor: LA CONDESA VIUDA DE LOS FALALLONES

martes, 16 de febrero de 2016

LA CONDESA VIUDA DE LOS FALALLONES

Vale, no me hago de rogar. Os dejo un adelanto del primer capítulo de la novela.


CAPITULO UNO


"Y el mañana, como no podía ser de otra forma, llegó. Los sucesos acaecidos en los últimos días en la comisaría, me habían dejado la moral por los suelos. Vine preparado para enfrentarme a un duro trabajo, que no era otro que sacar a esta comisaría de los últimos puestos en que se encontraba, uno de los problemas más importantes que tenía nuestro Director General. Esperaba encontrar de todo, como así fue. Pero me sentía con fuerzas para superarlos. Siempre había tenido un lema… “con trabajo y esfuerzo se consigue superar todos los problemas”. Pero el mazazo que supuso la traición de un responsable de la comisaría, no estaba en la hoja de ruta. Contaba con todos los funcionarios y así se lo había hecho saber nada más llegar. Me puse a su disposición para ayudar a cada uno de ellos, hasta el punto, de que si hubiese sido preciso, habría salido a la calle a patrullar con ellos. La misma noche de la detención del inspector Daniel Rodríguez, la pasé reunido con el inspector-jefe, para intentar reorganizar, en horas, la brigada de delitos económicos, para que al día siguiente no quedase un vacío dentro de la comisaría y se pudieran atender todas las diligencias y las investigaciones en marcha.


Rechacé el ofrecimiento de Juan, el inspector-jefe, para hacerse cargo de la brigada, hasta tanto nos enviaran un sustituto. Le manifesté que bastante trabajo tenía ya. Además era el conocedor de todos los asuntos de la comisaría y yo, en cambio, apenas llevaba unos días aquí, por lo que era mejor que él se hiciese cargo de la coordinación de las diferentes brigadas y encabezase, bueno, encabezase no era la palabra más adecuada. No había quedado títere con cabeza y la brigada estaba ahora compuesta por tan solo tres policías de la escala básica, que apenas sabían nada de cuanto se “cocía” allí.
—Mañana a primera hora, tendré que pedir a cada jefe de brigada que me ceda al menos un hombre, para intentar reconstruirla sobre lo que ha quedado. Hay que continuar con las investigaciones en marcha y sobre todo atender los casos, que sin duda, seguirán entrando— le dije al inspector-jefe — también me trasladaré al despacho que ha dejado el inspector Rodríguez para estar más cerca de todo este enredo.

Continuamente recibía llamadas desde Madrid. Ya a altas horas de la madrugada, recibí una de la Jefatura de Personal, en la que me informaban, que a la mayor brevedad posible, trasladarían un nuevo inspector para hacerse cargo de la brigada. Lo tenían localizado y solo faltaba llamarle por la mañana para ver si aceptaba el traslado. De ser así, como suponían, en unos días estaría ya en la comisaría. Tan pronto como estuviese hecho me lo comunicarían. Mientras tanto, me dijeron, que me las apañase como pudiera. — Estamos con usted, señor comisario, sabemos que ha sido un golpe bajo nada más llegar a esa comisaria. No tenemos la menor duda de que hará los esfuerzos necesarios para mantener la situación bajo control, y le repito, que a estas horas estamos intentando cerrar el asunto.

Ya a las cuatro de la madrugada le pedí a Juan que se marchase a casa para descansar unas horas y ver a su familia.
— Mañana el día será tan duro como el de hoy, o quizás, incluso, más largo. Te necesito descansado para hacerte cargo de toda la coordinación. Yo ahora, bajaré a la brigada haber que me encuentro por allí y tener una somera idea para, mañana, hablar con los tres hombres que han quedado y comenzar desde cero.
— Si me lo permite señor, no me marcho, hay tanto por hacer que no quiero dejarlo solo esta noche.
— De verdad, Juan, márchate a casa. A mí nadie me espera en el hotel y a ti, te repito, te necesito más dentro de unas horas, ya descansado, que ahora mismo. Te agradezco sinceramente tu ayuda y por favor discúlpame con tu familia, que seguro te estarán esperando.
Cuando se hubo marchado Juan, me dejé caer en el sofá del despacho. Estaba cansado físicamente, pero sobre todo hundido moralmente. Cerré los ojos y en ese instante me di cuenta de que no había vuelto a pensar en Marian. Por la hora que era ya estaría en Madrid. ¿Cómo se encontraría? Se habría derrumbado, como era lógico, pero también pensaba que era una mujer fuerte y que descargar la culpa la habría aliviado. De todas formas eran momentos difíciles y estaba sola. Si no la hubieran trasladado a Madrid, ahora yo podría bajar a los calabozos y estar un rato a su lado. El destino siempre nos tiene señalado el camino de nuestra vida y ahora, por segunda vez, la volvía a perder, cuando apenas había tenido ocasión de estar unas horas con ella. Tantos años transcurridos sin saber de Marian, venir a esta ciudad tan lejos de mi tierra y reencontrarme con ella, por una de esas casualidades de la vida. Dos trayectorias profesionales tan diferentes que estaban predestinadas a no cruzarse nunca, como lo hacen las vías de un tren. Pero la vida no son railes de hierro que el hombre coloca sobre el suelo. La vida es algo más importante. Las personas que estamos forzosamente obligadas a encontrarnos en el camino, qué más da antes que después, lo importante era encontrarse y reconciliarse. Por primera vez, desde que nos conocimos, ella me necesitaba y yo no podía estar a su lado, unos cientos de kilómetros y una reja nos separaban. Yo aquí, derrumbado, en este viejo sofá y ella sobre un miserable catre de una celda. Pensaba en ella, ¿y ella, estaría pensando en mí? Analizando la situación con frialdad, tampoco nos conocíamos tanto como para saber lo que estaría pensando. Nuestro reencuentro no fue casual. ¿Fue obligada?, ¿lo hizo voluntariamente?, quizás algún día lo sepa, mientras tanto ¿qué podía hacer yo?, ¿llamar a Madrid y poner en un compromiso al inspector Sancho, para que me dejase hablar con ella? Si el inspector Sancho no me había llamado era porque se encontraba bien y no necesitaba nada. Marian siempre fue bastante autosuficiente, tenía una entereza encomiable.

Era preciso bajar a la brigada de delitos económicos tal y como le había dicho al inspector-jefe, pero no me sentía con fuerzas. La cabeza la tenía demasiado ocupada pensando en Marian. Tampoco me apetecía  volver al hotel, allí sí que no encontraría nada. Iría solo a primera hora de la mañana a darme una ducha y cambiarme de ropa. Mientras tanto, pensé, que era mejor ordenar mi cabeza y lo mejor sería llamar a Madrid, al menos dejaría de pensar en Marian por unas horas, las que necesitaba para ver cómo estaban aquellos expedientes de la brigada de delincuencia económica.
Salí del despacho y me encaminaba a las dependencias de la brigada de delitos económicos, tenía que cruzar el hall de entrada a comisaría y en ese momento decidí que era mejor tomar un café, para ver si me despejaba, al tiempo que una aspirina no me vendría mal. Pregunté al funcionario que estaba en la puerta, donde había una cafetería abierta a esas horas. Me indicó que justo a la espalda del edificio que ocupaba la comisaría, encontraría una que a esas horas estaría abierta. Muy solícito él, me dijo, que si quería que me acompañase alguien.
— Por favor, vaya ejemplo daríamos a los ciudadanos, si el comisario de policía no puede ir solo a tomar un café por la noche. De todas formas muchas gracias.
De regreso de la cafetería, la humedad y una ligera brisa, que se había levantado, me obligó a cerrar las solapas de la chaqueta, al tiempo que introducía una mano en el bolsillo de la misma. En ese momento me di cuenta que llevaba el teléfono móvil que me había facilitado el inspector Sancho y que con el ajetreo de los acontecimientos pasados, no lo había devuelto. Lo miré y sin pensarlo dos veces, marqué aquella tecla programada, no reparé en la hora que era, hasta que alguien contestó al otro lado de la línea.
— ¿Dígame?
— Hola, buenas noches, soy el comisario Fernández Pardo.
— A sus órdenes, Señor, soy la subinspectora Aguirre, de Asuntos internos. ¿En qué puedo ayudarle?
— Llamaba preguntado por el inspector Sancho. Aunque después de llamar me he dado cuenta de las horas que son y seguramente no estará allí.
— No se preocupe, aquí tampoco cerramos de noche. Efectivamente el inspector Sancho se marchó a descansar un rato. Pero si es urgente le puede localizar. De todas formas si yo le puedo atender, estoy a sus órdenes.
— No sé si estará al tanto de los hechos acaecidos en mi comisaría. El inspector Sancho se ofreció a mantenerme informado sobre una de las detenidas, María Ángeles Flores.

— Totalmente, yo formo parte del equipo de investigación de ese caso. Le puedo decir que hace apenas una hora que he estado en los calabozos y se encuentra bien, dentro de esa situación. Está tranquila, aunque me ha dicho que no puede dormir. Le he preguntado si precisaba cualquier cosa, que no dudase en pedírmela, pero no necesita nada. Solo repite que esto nunca debería haber pasado, que no estaría aquí y tendría dignidad..."


En unos días estará disponible para que disfrutéis con su lectura, lo mismo que yo le he hecho escribiéndola.


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